Imagen extraída de Internet |
Sólo había sentido aquel dolor revitalizante una vez; Natalia. Insultantemente desafiante. Con falda
prohibitiva y sin rastro de sostén. Otra rizosa que reía a carcajadas. Pero
entonces, él tenía veinticuatro años y trataba de enseñar literatura. Ella, contaba
dieciséis, y ninguna gana de aprender. Se pasó el curso mirando aquellos
pezones altivos y recitando “Los amantes” –
(…) Pero… - ¿Tú conmigo? – en cambio, Natalia, se lo pasó mirando distraída
hacia la ventana… Y es que ni ella, ni
nadie, imaginaban que el Profesor ponía su cara y su cuerpo en cada chica con
la que se acostaba. Dejó que copiase en los exámenes para asegurarse de que se
iría. O para que se fijase en él, lo cual, jamás sucedió. Sufrió, vaya si
sufrió… se sintió sucio, rechazado, dolorido e incluso asqueado... Hasta que al
fin, tras varios novios adolescentes, Natalia se esfumó del Instituto y no
volvió a verla, salvo en algún sueño de vigilia. Pensó en Jorge Guillén al
escribir aquel poema. Un universo perfecto, donde poder fundir a la amada con
el paisaje...
Cristina, tardó trece días exactos en colocar su nombre en
el rellano. “CRISTINA MONTES – 3º A”. Para entonces, ya era la de la risa
sonora que traspasa paredes; anfitriona de paella los miércoles; la rizosa
que no utiliza secador y jamás cierra una ventana; morena salerosa que escucha y
canta a Sabina… Cristina de noche y Cristina de día. Cristina…
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