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La primera vez que la vio, creyó que estaba soñando. Aquella
morena se quitaba la ropa con la ventana abierta y la persiana subida.
Insultantemente atrevida. Pensó que hacía demasiado tiempo que no practicaba
sexo, mientras ella cambiaba de ropa con avidez. Aquella noche soñó con sus pechos.
Eran grandes, un poco caídos y los más bonitos que había visto en su vida; redondos,
aureola perfecta, piel tostada. Insultantemente bella. Se levantó con una
erección continúa en su cerebro (la justa bajo el pantalón) y la esperó cerca
de la ventana. No tenía nada mejor que hacer. Recién despedido tras doce años como
Docente – Caray… ahí está de nuevo – pensó cuando apareció mojada, envuelta en
una toalla. El pelo rizado le caía sobre el hombro derecho. Buscaba ropa
interior en su cómoda. Eligió una braguita negra y un sujetador rosa. Volvió a
obviar la persiana, dejó de nuevo la ventana abierta. Insultantemente descuidada.
Así, conoció a Cristina.
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