martes, 2 de abril de 2013

Un mal año



Imagen: Felix Revello de Toro - http://revello-de-toro.blogspot.com.es/2012/12/tres-hermanas.html





















 

Salí a respirar un poco de aire fresco. Me senté en un incómodo banco de piedra y fijé la mirada en la bonita panorámica que se vislumbraba tras las nubes. Me mantuve así un buen rato y sentí cierto alivio. Giré la cabeza y encontré a mi hermana sentada a mi lado. Empezó a hablar sin haber mediado palabra entre nosotras.
-          El día que naciste, Tío me llevó al Hospital a conocerte. Eras tan blanquita y redondita que me enamoré de ti a primera vista… Todos hablaban a la vez y yo no podía dejar de mirarte. La abuela y el abuelo se marcharon antes. Y allí nos quedamos los cuatro. Supongo que papa estaba en la cafetería.
Como ya sabes, papa y yo encontramos a mama tirada en el suelo el día anterior. Nos asustamos mucho y papa fue a casa de la vecina para llamar a Urgencias…
-           ¡¿Por qué me estás contando todo esto Silvia?! – interrumpí bruscamente.
-       Déjame terminar… Te lo cuento porque hay cosas que no sabes y necesito compartir ¿Puedo?
-       Claro… – balbuceé avergonzada – Tienes mucha más paciencia que yo. Perdona… - Mi hermana Silvia está entre las mejores personas que conozco. Probablemente la primera. Asentí mientras me acariciaba el brazo. Apenas recordaba el enfado que me hizo salir a tomar aire.
-          No pasa nada, pero si no te lo cuento todo del tirón creo que no podré contártelo nunca… - aquello me puso en alerta y comencé a prestar atención en serio –  papa corrió a casa de Menchu para llamar a Urgencias y yo me quedé al lado de mama. Tenía nueve años y no sabía que hacer, pero mi instinto hizo que le agarrase la mano y le apartase el pelo de la cara. Me sentía culpable porque estaba allí sola…
Aquella tarde mama no me llamó por la ventana para subir a merendar y cuando todos los niños abandonaron el patio piqué y piqué al telefonillo pero nadie contestó. Entonces busqué a papa en el bar de la esquina. Le conté que mama no estaba en casa y se tomó un vino mientras yo miraba a los mayores jugar a las tragaperras. Me quejé porque tenía hambre y él se quejó porque su mujer no me había dado el bocadillo. Subimos a casa y allí estaba mama… Por suerte, en el Hospital le practicaron una cesárea de urgencia y las dos os recuperasteis. Escuché contar que mama había sufrido una subida de tensión y que deberían prestarle mucha atención en el Hospital durante unos días. Ahora sé que mama sufrió una pre-eclampsia, pero no he estudiado Ginecología para dar con el diagnóstico. Cualquier persona un poco inquieta puede consultar en internet los riesgos de un embarazo... – esbozo una ligera sonrisa – Tú ya naciste luchadora. Y por suerte, mama decidió no tener más hijos.
Mientras te miraba, Tío le habló a mama en voz alta. No recuerdo lo que dijo, pero sí recuerdo el tono malhumorado en que lo dijo. Se le empezó a hinchar una vena del lado izquierdo del cuello y salió de la habitación. Entonces mama me llamó a su lado. Me dio un billete de mil pesetas y me pidió que bajase a cambiarlo al Quiosco del Hospital. Me dijo que lo hiciese rápido y sin que me viese nadie. Estaba muy nerviosa y yo estaba asustada por la vena de Tío y por la rapidez con la que hablaba mama. Intentó calmarme. Dijo que no pasaba nada, que era una especie de juego al que Tío no quería jugar. Dijo que necesitaba que yo hiciese aquello como una niña mayor. Me repitió las instrucciones rápidamente tres veces y me hizo repetirlas antes de dejarme ir; debía bajar a la cafetería y pedir cambio del billete de mil pesetas. Una moneda de quinientas y el resto, en cinco monedas de cien. Cuando llegase a la habitación, mama me diría que le acercase el bolso de la taquilla. Yo, debía colar doscientas pesetas dentro antes de entregárselo. La moneda de quinientas y las otras tres monedas de cien, se tenían que quedar metidas en mi mochila del cole y llevarlas a casa de la abuela. Me repitió varias veces que era una niña muy lista y responsable que seguro que lo haría muy bien. También me hizo prometer que nunca se lo contaría a nadie, especialmente a Tío y a papa. Me dio un beso y me dejo ir. Aquel encargo me hizo sentir importante y bajé repitiendo las instrucciones en voz baja. Cambié el billete sin problemas y volví a la habitación. Me sentía muy orgullosa de mi misma. Tío hablaba con papa y seguía con la vena hinchada. Aquella escena daba miedo, pero se calló cuando yo entré. Tú estabas en brazos de mama y ella me guiñó un ojo y me pidió que le acercase el bolso de la taquilla. El corazón me latía como nunca pero lo cumplí todo al dedillo. Estaba tan contenta por la misión que empezaba a pensar que me gustaría poder contar lo bien que lo había hecho… pero entonces papa se molestó cuando mama sacó las doscientas pesetas y Tío dijo que era hora de irnos. ¿Comprendes lo qué te estoy contado?
-          Sí… creo que sí – le agarré la mano.
-         Aquella noche dormí en casa de los abuelos y escuché algunas conversaciones. La abuela reñía a Tío y repetía que mama lo estaba haciendo bien. Tío tenía la vena a punto de explotar.
-         "Es un acuerdo que han hecho y tú no puedes meterte – sentenciaba la abuela – Él no puede hacerlo sólo y tú hermana le está ayudando. El matrimonio no son sólo cosas bonitas Alfonso. Hay que estar a las duras y a las maduras ¿Crees que yo no he ayudado nunca a tu padre? ¡Tú no puedes entenderlo! – La vena de Tío palpitaba – No te metas donde no te llaman. ¡Vamos a celebrar que las dos están bien y se acabó el tema!" – Tío cruzó la habitación con el ceño fruncido y salió de casa dando un portazo.
Aquella noche, guardé las ochocientas pesetas debajo de la almohada. Supongo que la abuela las encontró porque no volví a verlas. Mama tampoco me preguntó por ellas. Y se me olvidaron por completo - Silvia calló durante unos segundos y cogió aire varias veces. Mis estudios de Psicología tampoco eran imprescindibles para entender  lo que me estaba contando.
-          Al día siguiente – continúo de manera más pausada – Tío vino a buscarme y me llevaba a pasar unos días a su casa. Recuerdo días especiales. Como las temporadas que pasábamos allí en verano ¿Recuerdas? Por las noches, durante el baño, jugábamos a las peluquerías. Él me enjabonaba el pelo y yo le contaba lo que había hecho en el cole o con quién había estado jugando en el recreo. Algunos días me hizo preguntas sobre mama. Otros; sobre papa. Y yo contesté a todas. Me hacía sentir especialmente segura. La última noche, Tío estaba triste y me hizo prometer que si alguna vez veía algo que me pareciese extraño o me asustase, buscaría un teléfono y le llamaría rápidamente. Por eso… - le costaba hablar y le apreté la mano - Supongo que aquel instinto me hizo llamarle primero, yo te protegía a ti y él lo hacia conmigo - Las dos llorábamos ¿Aquel dato me había enfadado apenas media hora antes? No, no estaba enfadada con mi hermana.

Aquella noche, continuamos en el Tanatorio velando el cuerpo de mama y al día siguiente, la enterramos. Era una persona creyente pero aún no había dispuesto nada al respecto. No dudamos de que lo hubiera querido así.
Sé que a mi padre lo incineraron, pero ni mi hermana ni yo reclamamos las cenizas. Tampoco acudimos al sepelio.
Mi madre; María Luisa Castro Ortega, paso a ser la Víctima número 56 de aquel fatídico año. Ya han pasado dos y Silvia y yo cada vez compartimos más “aventuras secretas” de nuestra infancia.
De vez en cuando “la visito”, aunque me cuesta creer que esté en cualquier otro sitio. Un más allá, un cielo o un limbo de almas. Me gustaría creer, pero no creo. Debería estar aquí. Y entonces, volveríamos a ella. Tres contra uno. Pero ella no lo permitiría. Nunca lo permitió.
La abuela llora desconsolada y al abuelo se lo llevan los demonios más que nunca. Tío, sigue siendo la persona más importante en la vida de Silvia. Y Silvia, continúa siendo la mejor persona y hermana que siempre he tenido en la mía.
Mama, descansa en paz.

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