miércoles, 18 de febrero de 2009

Cuando empiezas una nueva aventura vuelven a ti viejos miedos de antaño. Pero ya no dan pavor, sólo un leve cosquilleo en el estómago, que se acentúa o disminuye en pequeñas dosis. Ya no hace que sudes frío ni que te tiemblen las piernas.
Con los años quizá, perdamos intensidad en el momento vivido, puede que ya se haya repetido algo similar en el pasado. Perdemos en intensidad sí, pero ganamos en calidad, sin duda alguna.
Los momentos son más completos, las vivencias se convierten en un reto asumible y disfrutamos con los pequeños y grandes pasos. Creo que esta es la palabra clave: disfrute.
Disfrutas cuando estás inmersa en una nueva situación,
cuando te sorprende el amor,
con los viejos y nuevos conocidos,
sonríes sin miedo (disfrutas pues),
y también disfrutas con el chocolate [porque hay placeres que nunca cambian]

A lo que quiero llegar con todo esto, es que si algo me ha aportado la madurez (suponiendo que haya madurado algo en mis casi 27 años de existencia), ha sido la confianza para comenzar nuevas aventuras sin que me frenen viejos miedos del pasado. He ido dejando tristezas arrastradas, o quizá estén siendo más lentas que yo y no hayan podido seguirme el ritmo, no sé… El hecho es que, en vez de cuestionarme;
- “Puedo… podré… me atrevo… lo hago…” – Todo se simplifica en seguir adelante y dar pasos firmes, pero de equilibrista.
Y todo, para no tropezar con mis propios pies y caer de manera absurda.

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